Cómo entender la etiqueta
A veces puede resultar complicado entender qué estamos poniendo sobre nuestra piel, cabello o dientes. Sobre todo porque, más allá de necesitar unas mínimas nociones de química, hemos de desentrañar las ingeniosas denominaciones bajo las cuales algunos fabricantes ocultan las sustancias más “sospechosas”. De ahí que a principios de la década de 1980 la Food and Drug Administration (FDA) estadounidense estableciera las reglas según las cuales han de figurar los ingredientes en las etiquetas de los cosméticos. Esa regla se llama INCI -siglas en inglés de International Nomenclature of Cosmetic Ingredience (Nomenclatura Internacional de Ingredientes en la Cosmética)- y establece que los nombres de las sustancias aparecerán en su forma latina y enumerados según su cantidad en orden descendente. Es decir, que la sustancia más cuantiosa se nombra en primer lugar y la menos cuantiosa en el último. Esta declaración de ingredientes debe ser completa y exhaustiva de tal forma que en ella estén incluidos todos, desde los emulgentes a los conservantes. Se pretendía con ello que el consumidor tuviera así una mínima orientación ya que cuantas más sustancias naturales están enumeradas en los primeros lugares más natural será el producto.
- Para valorar la calidad de un producto cosmético es necesario leer la etiqueta y asegurarse de que se ha empleado la nomenclatura INCI. Es lo único que le dará información fiable.
- Hecho esto sepa que un buen producto cosmético no necesita más de 30 ingredientes y, por tanto, se recomienda evitar aquellos que tengan una lista interminable, incluso compuesta a veces por más de 50 sustancias como ocurre con algunas cremas hidratantes. Sólo si en los primeros lugares del listado aparecen sustancias naturales podremos disculpar la presencia de sustancias químicas. Algunas de éstas –básicamente gelificantes o emulgentes- son necesarias para poder mezclar sustancias naturales que no podrían fundirse sin ayuda artificial.
- Descarte también los productos que prometan las propiedades de “esencias” como la manzana, el melón, la sandía, la fresa, la pera, etc. Estas frutas no contienen aceites y, por tanto, no es posible extraer de ellas aceites esenciales naturales. El aroma de dichos productos no será natural.
- Desconfíe de los productos que digan contener algo así como “extractos naturales reconstituidos” pues se trata de simples copias del olor o de las propiedades de una planta.
- Por último, entienda que es lógico que los productos naturales sean considerablemente más caros que los químicos ya que éstos no dependen de factores tan variables como los cultivos, las temperaturas, las sequías, las plagas, etc.
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